José Manuel Gómez Gufi

Escribir obituarios es uno de los curros mejor pagados del periodismo. Si están pensando que es como el oficio de sepulturero, se equivocan. Un obituario tiene mucho de justicia poética, se busca lo positivo y rara vez tienes que ajustar cuentas con el finado.

-Aute está muy mal, escribe el obituario me dijeron cuando aún escribía en El Mundo

Me negué en redondo. Me da mal rollo escribir sobre alguien como si hubiera pasado a “mejor vida” mientras el presunto finado está luchando por sobrevivir o por lo que sea. 

Mi primera sensación sobre Aute fue la de la envidia, yo tenía menos de veinte años y varias amigas se morían por sus huesos, o por sus canciones. A principios de los años ochenta Aute decidió ofrecer sus primeros conciertos. Recuerden que llevaba década y media siendo un cantautor sin cantar, uno que componía para que otras dieran la nota (Massiel o Rosa León). Mientras pintaba o se iba al cine.

Yo estaba en otra cosa, persiguiendo al eterno femenino sin decidirme por el jazz, el flamenco, la nueva ola, el punk o el heavy. Ellas lo tenían claro y se dejaban seducir por sus maneras sosegadas. Estábamos en esas y el que funcionó fue Silvio Rodríguez que ya oficiaba ceremonias en las que las masas asistían encadiladas a los conciertos en el Johnny. “Sueño con serpientes” y eso.

Total que un manager reconoció los síntomas de lo que andaba esperando la sociedad de entonces y Aute se sacó los fantasmas y se puso a cantar con Silvio y… llenaban teatros y luego la plaza de toros de las Ventas con serpientes y aleluyas.

A esas alturas había comenzado a escribir sobre música profesionalmente y  entonces una mujer me amenazó: 

-“Que no me entere yo de que vas a entrevistar a Aute y no me llevas”. 

Ella me caía fatal pero nunca entrevisté a Luis Eduardo Aute, supongo que Freud tendrá una explicación.  El caso es que me lo encontré en una mesa redonda de cantautores y todos se quejaban del poco caso que se les hacía en la prensa. Yo hice lo que hacían las modernas del momento afearles la conducta.

Es verdad, en esos días los críticos musicales estábamos ocupados en la onda siniestra, el afterpunk, el jazz y cualquier cosa que llegara de cualquier lado. Pero en general, las mujeres seguían adorando a Luis Eduardo que tenía un serio contrincante en Sabina. Por fortuna para Aute, Joaquín le sacó del foco.

Total que Aute siguió tejiendo una obra minuciosa, lenta, que siguieron apreciando mis amigas, aquellas que iban a sus primeros conciertos en los colegios mayores de la ciudad universitaria. A última hora logró conectar con el rap y supongo que desconectó con esa sensación que desprendían los cantautores como testigos de la transición con voz pero sin voto.

Me crucé dos veces con Aute, la última después de negarme a escribir su necrológica con tres años de antelación. Caminaba al lado de una mujer y parecía uno de aquellos protagonistas de sus pinturas. Pero lo mejor había sido ir a un concierto suyo, tan lento y tan largo que la ceremonia casi acaba en rock and roll.

  

Tarde años en descifrar “Al Alba” y supongo que coincidió con la versión que hizo José Mercé. De pronto recordé el verano de 1975 en el que pasé del festival de la cochambre a jugarme ligeramente el tipo para intentar salvarle la vida a los últimos condenados a muerte del franquismo (en juicio militar sumarísimo). Aquella mañana vomité con las noticias de aquellas cinco muertes.

 “Si te dijera, amor mío

Que temo a la madrugada

No sé qué estrellas son estas

Que hieren como amenazas

Ni sé qué sangra la Luna

Al filo de su guadaña.

al alba, al alba”

Madrid, 9 de abril 2020.

Fotografías © Paco Manzano

© LiveMusicMadrid.com

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